Pongamos el ejemplo de los zumos de fruta. Muchos de ellos ponen en su envase que “no llevan azúcares añadidos”, pero hay que tener en cuenta que la fruta por sí misma es rica en azúcares complejos y, por tanto, debemos tener en cuenta tanto estos azúcares como los añadidos.
Teniendo esto presente, los azúcares del zumo (que, dicho sea de paso, un zumo envasado nunca podrá sustituir los beneficios de la fruta entera), van a tener el mismo impacto sobre nuestro organismo que el añadido ya que, al perder la fibra durante el proceso de exprimido, todo el azúcar va a ser absorbida de manera rápida en nuestra sangre, provocando igualmente un pico de insulina.
Salvo la carne, el resto de alimentos (frutas, verduras, cereales...) contienen azúcares naturales.
Por otro lado está el etiquetado de los productos. En las tablas nutricionales aparece el resultado total del azúcar que contiene el alimento, es decir, no distingue entre azúcar natural y azúcar añadido. Esto es especialmente habitual en productos como los snakcs, galletas y otras golosinas, donde en su proceso de fabricación se añaden azúcares de forma sistemática. Sin embargo, al lado de la etiqueta suele venir la lista de ingredientes, donde podemos ver el porcentaje que tiene de azúcar añadido. Los ingredientes se nombran en orden de proporción, por lo tanto, huye de aquellos alimentos en los que el azúcar (o en cualquier forma en la que pueda aparecer) esté entre los primeros de la lista.
La OMS recomienda no consumir más de un 10% de las calorías totales diarias procedentes de azúcares simples añadidos. Además, estos azúcares tienen un efecto saciante mucho menor que los alimentos con azúcar natural, y su composición nutricional es muy deficiente en nutrientes, por lo que no es recomendable su consumo. La repercusión tanto en la variación de peso (sobrepeso u obesidad), como en las caries o efectos sobre el metabolismo son algunos de los muchos problemas que acarrea su consumo en exceso.