La sociedad occidental actual está acostumbrada a obtener todo lo que pide al instante, por lo que consideran que un cambio en su organismo puede y debe ser del mismo modo. Por éste motivo, son muchas las personas que se ven atraídas por estas promesas de resultados, especialmente en momentos clave como antes del verano (con archiconocidas dietas como la “dieta de la piña”, “dieta detox”, etc.) o antes de una boda (misión: “entrar” en un traje de hace unos años, cuando las cosas, incluídas nuestro físico, eran diferentes).
No hay peor mentira que una verdad a medias. Es cierto que con estas dietas se puede llegar a perder peso, pero no hablan del efecto rebote posterior a seguirla ganando el peso perdido (incluyendo desequilibrios en el metabolismo de nuestro cuerpo). De las más famosas, son las de un consumo extremo de alimentos proteicos (carne, pescado, huevos…, etc., ya que aportan pocas kcal. Sin embargo, ésto puede afectar nuestros órganos vitales (riñones, colon, aparato circulatorio y huesos).
Las dietas bajas en calorías, modifican nuestro metabolismo, poniéndolo en “modo ahorro”, ya que nuestro organismo “se prepara” para una época de escasez, consumiendo así la menor energía posible y acumulando al máximo en el tejido adiposo. Así, una vez retomemos la dieta habitual, rápidamente se recuperará todo el peso perdido.
Las dietas muy restrictivas durante 3-4 días (simplemente algún zumo de frutas a lo largo de todo el día) normalmente implican una pérdida de agua del cuerpo, por lo que una vez recuperemos una ingesta de agua y sales minerales normal en el cuerpo, el peso volverá con rapidez. El principal problema en estos casos es la sensación de mareo por no aportar suficientes carbohidratos con nuestra dieta (el sistema nervioso sólo usa glucosa como fuente de energía).
Un ritmo aceptable de pérdida de peso en la mayoría de los casos sería de 0,5-1,5 kg/semana. Por ésto, de sobrepeso grado II - obesidad tipo I en adelante, para llegar al normopeso (u obtener resultados satisfactorios en casos de obesidad de tipo II en adelante) habría que fijarse un objetivo de 12 meses. Éste ritmo es posible con una dieta equilibrada más realista, con alimentos de todos los distintos grupos (frutas, verduras y hortalizas, carbohidratos, protéicos, grasas…), lo suficientemente variada para mantenerla en el tiempo a largo plazo y ser viable como instauración de hábitos saludables de por vida, en lugar de dietas que nos “curan” durante un periodo corto de tiempo para luego volver a los hábitos que nos llevaron al punto de partida, originándose así un bucle interminable.